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Perreo sin complejos


Antes se desintegra un átomo que un prejuicio. Lo decía Einstein y lo demuestra la displicencia con que, del merengue a la rumba, este país se enfrenta a la música genuinamente popular. El caso del reggaetón, híbrido de 'hip hop' y 'dancehall' de origen panameño e identidad puertorriqueña, resulta paradigmático: mientras el mercado americano lo ha convertido en epítome de la autenticidad, en España se continúa considerando la máxima expresión del vulgarismo y la chabacanería.

Y, así, ignorado por esa misma crítica que se deshace en elogios hacia sonidos anexos como el 'grime' británico, el 'crunk' estadounidense y el 'favela funk' brasileño, no sólo ha mitigado la debacle industrial del segmento urban sino que ha intervenido de manera decisiva en las rutinas del pop de consumo.

Cierto, no hay que ser bioquímico para saber que la 'Gasolina' de Daddy Yankee tiene muchos más octanos que la de los aclamados 'Bonde do Rolê'; tampoco un profeta para convencerse de que Shakira, Alejandro Sanz o Nelly Furtado han escuchado (y a conciencia) 'Dale Don Dale' (Don Omar), 'Denbow' (Wisin & Yandel) o 'Papi Chulo' (Lorna).



En su condición de 'hits' inapelables, estos cuatro temas presiden el himnario de un género maltratado por un márketing incapaz y periodísticamente confinado al reportaje seudo-sociológico sobre el esparcimiento de extrarradio y las noches de libranza de los inmigrantes latinos.

En esta tesitura, parece lógico que, comenzando por las fundamentalistas bases del rap y acabando por las muy conservadoras hordas del mestizaje, su público potencial se quede en las anécdotas coreográfica (el célebre perreo) y estética (el blinbineo u ostentación de prendas, joyas y coches) sin profundizar en su verdadera entidad.

Urgencia expresiva
Como toda manifestación del gueto, el reggaetón se define por la economía de medios y una irresistible urgencia expresiva. Bases sincopadas y electrónica barata, melodías ingenuas y desfachatez pretecnológica, competición y lujuria, un universo donde se acumula basura suficiente para enterrar los puntuales fogonazos de inspiración de Ivy Queen, Voltio o Héctor El Father en un sinfín de recopilatorios sobreros.

De hecho, sólo dos artistas han conseguido llevarlo más allá de sus evidentes limitaciones. Uno, Tego Calderón, ensanchó sus confines comerciales y creativos con dos referencias ineludibles en cualquier antología de la rima en español: ' El Abayarde' (2002) y 'The Underdog /El subestimado' (2006). Los otros, 'Calle 13', han precipitado su definitiva expansión a base de actitud, locuacidad y talento, nutriendo el patrón rítmico del presente boricua con el calor y el color de la tradición latinoamericana.

Cumbia, tango y, en sintonía con su maestro, sones afrocaribeños, instrumentados con charangos, bandoneones y cuatros venezolanos que René Residente Pérez (lírica) y Eduardo Visitante José Cabra (composición) afinan en clave de provocación y sexualidad explícita.

Su planteamiento, supragenérico y convenientemente intelectualizado, según confesión propia, les aleja de sus paisanos al tiempo que les acerca a Orishas, Control Machete o Mala Rodríguez. "Cuando salió Tego, la gente se dedicó a copiarle" –asegura por teléfono Visitante–.

"Aunque la mayoría persiste, nosotros no queríamos ser parte de eso. Mejor hacer algo fresco que, en lo que a mi estilo de producción se refiere, pasa por incorporar elementos de nuestro folclore. El éxito nos ha permitido viajar y, en consecuencia, aprender empapándonos de la singularidad de cada territorio».

El continente americano entero, su riqueza cultural y sus miserias materiales, se recorre en el álbum que, bautizado con sus nombres de guerra, Residente o Visitante, puntúa de crítica social el discurso goliardo, escatológico y, sí, irresistible de su homónimo debut, 'Calle 13' (2005).

"Las canciones pueden despertar conciencias pero se deben bailar, que también hace falta. Lo nuestro es la música del pueblo y para el pueblo". Ni que lo juren: reducido por razones logísticas a 30 míseros minutos, su pase en la última edición del festival Sónar los confirmó la banda latina más excitante, en estudio y en directo, desde sus admirados Los Fabulosos Cadillacs.

O sea, el futuro de un movimiento que sigue dejando en fuera de juego a los ínclitos guardianes de la calidad y el buen gusto. Si se preguntan por qué, Tego Calderón tiene la respuesta: "Desconozco si es extensible al resto del planeta pero, en nuestra isla y como ya ocurriera con la salsa, nos asocian con las malas calles y el bajo mundo".

"Y a según quién no le agrada que nosotros, de la noche a la mañana, disfrutemos de cosas materiales que quedan fuera de su alcance. A eso se le llama complejo de inferioridad".


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